Aniversario del Fallecimiento de Sarmiento

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El 11 de setiembre la sociedad argentina recuerda el fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento. Escritor, político, educador, luchador, Sarmiento debe entenderse como hombre de letras y como hombre de Estado. Su pluma se elevó hasta la razón de hacer con ella el trazo para un país que debía esperarlo todo del accionar de sus hijos. Ensayos, libros de enseñanza y viajes, memorias, propuestas concretas para una Argentina que debía sostenerse con la educación, la inmigración, las líneas férreas, el comercio, la libre navegación de los ríos, el fin de los latifundios. Su vida fue toda intensidad: maestro de escuela, minero, periodista, militar, legislador, gobernador de San Juan, diplomático, presidente de la Nación y, por sobre todo, escritor: el escritor argentino más destacado del siglo XIX. “La prosa de Sarmiento –pudo escribir el hispanista francés Marcel Bataillon– es hija de las cosas, de las realidades de las cuales habla. Ella no tiene sus fuentes en una tradición española escrita, sino que inaugura ella misma una tradición”. Dentro de la vasta producción sarmientina ocupan lugar destacado Facundo y Recuerdos de provincia, libros a los que Leopoldo Lugones vio como los poemas homéricos de la argentinidad. “El Facundo –afirmaba Lugones– constituye todo el programa de Sarmiento. Sus ideas literarias, su propaganda política, sus planes de educador, su concepto histórico, están ahí. Es aquella nuestra gran novela política y nuestro gran estudio constitucional: una obra cíclica”.
Sarmiento atento y preocupado por la educación del pueblo entendía que en la gran tarea de la instrucción pública el Estado debía ser acompañado por toda la sociedad. Era responsabilidad del padre pudiente solventar la educación de sus hijos y no esperarlo todo de los gobiernos. En su primer informe como jefe del Departamento de Escuelas del Estado de Buenos Aires (1856) estampó: “Educación gratuita, no quiere decir que el Estado haya de sustituirse al padre de familia, en el desempeño de un deber que la naturaleza le ha impuesto para con sus hijos, a la par de vestirlos y alimentarlos; sino que siendo un mal para la sociedad, el que, por la pobreza de los padres, un cierto número de niños llegue a la edad adulta, sin haber recibido la instrucción indispensable para llenar las funciones sociales, la fortuna de todos acude, por la contribución, en auxilio del padre que se halla imposibilitado de educar a sus hijos”. En mayo de 1858, dentro de los debates sobre la aplicación o no de la pena de muerte, escribió para El Nacional: “hemos propuesto un sencillísimo medio de abolir la pena de muerte, de disminuir los huéspedes de las penitenciarías, de la cárcel, de los hospitales, y es educar al pueblo, contribuir a la moralización de las masas, abriendo escuelas, enseñando al que no sabe”. En 1886, dos años antes de su muerte, visitó Tucumán por razones de salud; a los ingenios progresistas se oponía la miseria de los trabajadores ocupados en las tareas de la industria azucarera. “La ley debe mandar que haya en cada fábrica, en ranchos o en edificios, escuelas para los niños”, con la fijación de una multa a aquel propietario que no llenase ese requisito.
Sarmiento gustaba viajar. Entre 1845 y 1848 recorrió Europa occidental, el norte del África y los Estados Unidos. Asistió a representaciones teatrales, se entrevistó con personalidades de la altura del Libertador San Martín o del papa Pío IX y estudió los sistemas educativos de avanzada en las naciones en donde la instrucción pública era preocupación del Estado. Montevideo, Río de Janeiro, París, Roma, Nápoles, Berlín, no escaparon a su mirada de atento viajero. Viajes y De la educación popular fueron los frutos de aquellos inolvidables años.
Ejerció el periodismo en Chile, combatió a Juan Manuel de Rosas en la batalla de Monte Caseros; Campaña en el Ejército Grande es famosa por el célebre párrafo: “Soldado, con la pluma o la espada, combato para poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento”, magnífico resumen del accionar que marcó toda su vida. Su oposición al vencedor Urquiza y su radicación en Buenos Aires deben entenderse dentro de su particular visión de la “civilización” y de la “barbarie”, en una disyunción que no admitía razones. Buenos Aires separada de la Confederación Argentina significaba la libertad tan anhelada en los años de exilio antirrosista; la gran ciudad era el debate parlamentario, la prensa libre, el progreso revelado en la construcción de “caminos de fierro”, la educación de los niños.
Entre 1862 y 1864 gobernó su provincia natal. Fueron creados la Diputación de Minas, el Departamento Topográfico, Hidráulico y Estadístico; el Colegio de Estudios Preparatorios, la Quinta Normal de Agricultura. Se reglamentó la policía, el ejercicio de la abogacía y el impuesto sobre peaje e invernada; los padres de familia quedaron obligados a enviar a sus hijos a la escuela. “Me propongo dictar buenas leyes reglamentarias y hacer varios arreglos indispensables en aguas, planos, mapa, censo, ley de elecciones, y dejar el Gobierno cuando todo esté montado –escribió a su amigo Pepe Posse–. Mi palanca son las minas. Si ellas producen los resultados que prometen, todo lo que hago será una realidad”. En 1868, de regreso de su misión diplomática en los Estados Unidos, fue elegido presidente de la República. En su gestión se extendieron las líneas telegráficas, se levantó el primer censo nacional y entró en vigencia el Código Civil. Quedó además inaugurado el ferrocarril de Rosario a Córdoba y se establecieron el Colegio Militar y la Escuela Naval. Fundó colegios nacionales, escuelas superiores, escuelas primarias, escuelas de minas y quintas normales. Al bajar de presidencia (1874) ocupó diversos cargos públicos y continuó escribiendo: Conflicto y armonías de las razas en América y Vida de Dominguito, homenaje a su hijo muerto en la guerra del Paraguay. Domingo Faustino Sarmiento murió en Asunción del Paraguay el 11 de septiembre de 1888, ciudad a la que había viajado con intenciones de mejorar su salud. Tal su voluntad, el ataúd que encerraba sus restos fue cubierto con las banderas de la Argentina, del Uruguay, del Paraguay y de Chile, “para atestiguar que merecí bien de sus habitantes”.
Jorge Luis Borges indicó que la de Sarmiento era “la más ilustre de las memorias individuales de este país”. “Nadie fue tantos hombres como aquel hombre”. “Sarmiento ha visto para siempre la patria, y lo que no vieron sus ojos lo adivinó su espíritu”.